
Los manuscritos bíblicos, especialmente aquellos escritos en letras pequeñas y en estilo continuo, conocidos como «cursivos» o «minúsculos,» representan un importante avance en la transmisión de textos religiosos y seculares en la Edad Media. Los primeros manuscritos bíblicos en letras mayúsculas o unciales, escritos en pergamino, cubren el período comprendido entre el siglo IV y el siglo X. Sin embargo, hacia el siglo IX, la creciente demanda de textos llevó a los escribas a buscar maneras más eficientes de copiar y producir manuscritos. Como resultado, el uso de las letras unciales, que ocupaban un mayor espacio y requerían un material más costoso, comenzó a disminuir. En su lugar, se adoptó un estilo más económico y compacto: la escritura en minúsculas cursivas, con letras conectadas por un trazo continuo, que permitía ahorrar tanto espacio como tiempo.
La transición hacia la escritura minúscula supuso no solo una ventaja económica, sino también una mayor facilidad en el proceso de copia, dado que las letras más pequeñas y unidas permitían escribir con mayor rapidez. A partir del siglo X, esta tendencia fue acompañada por la introducción del papel, importado desde Asia, que reemplazó progresivamente al pergamino. Aunque el papel ya se utilizaba en China desde el siglo II, no fue hasta esta época cuando empezó a producirse masivamente en Europa, sustituyendo por completo el pergamino hacia los siglos XII y XIII, facilitando así la expansión del conocimiento escrito.
Los manuscritos minúsculos constituyen una colección notable en el ámbito de los estudios bíblicos. En la actualidad, se han identificado y numerado unos 2,812 manuscritos minúsculos, que datan desde el siglo IX hasta el siglo XV. Estos manuscritos abarcan casi todo el Nuevo Testamento, aunque con algunas excepciones; por ejemplo, el manuscrito conocido como «1» data del siglo X y contiene el Nuevo Testamento completo excepto el libro de Apocalipsis, mientras que el manuscrito «33,» del siglo XI, cubre igualmente el Nuevo Testamento con la misma excepción. Aproximadamente, 800 de estos manuscritos contienen los Evangelios, más de 500 incluyen los Hechos de los Apóstoles, unos 600 las epístolas paulinas, y cerca de 250 contienen el libro de Apocalipsis.
La magnitud y la diversidad de estos manuscritos minúsculos destacan su importancia, especialmente al considerar que muchos de estos documentos –que abarcan del siglo IX al siglo XVI– todavía no han sido estudiados en profundidad. Según el investigador Kenyon, hay al menos 46 manuscritos cursivos que contienen el Nuevo Testamento en su totalidad. Esta colección es invaluable, no solo por el contenido teológico que conserva, sino también por la información que aporta sobre la evolución de las técnicas de escritura y los materiales utilizados en la transmisión de textos religiosos y literarios en Europa medieval. La labor de estudiar y comparar estos manuscritos continúa, aportando nuevas luces sobre cómo se transmitió y preservó el texto bíblico en el tiempo.