Los Códices Unciales o Mayúsculos

Procede del latín “Uncia” que significa “Pulgada”. Están formados por letras mayúsculas griegas sin espacio entre las palabras y sin signos de puntuación dibujadas con mucho cuidado. Estas copias van del siglo IV al siglo X. Se tiene alrededor de 299 unciales

Los principales manuscritos unciales son:

El códice Vaticano (B).

Algunos eruditos sostienen que este manuscrito fue una de cincuenta copias de la Biblia pedidas por el emperador Constantino a Egipto. Fue escrito en el siglo IV y está escrito en vitela. Fue depositado en la biblioteca del Vaticano desde 1475 – 1481, donde todavía se encuentra. No se sabe con certeza cuál es su procedencia; la mayoría sitúa su origen en Egipto o Alejandría, si bien hay otros que lo ubican en Cesarea. El texto está escrito en tres columnas de escritura continua por página. Los acentos se han añadido posiblemente el siglo X o XI.

Contiene toda la Biblia (Antiguo y Nuevo Testamento) con algunas lagunas. En concreto, los Hechos acaban en el capítulo 9:13.  El comienzo y el final del códice son defectuosos. Se conservan 591 páginas del AT y 142 del NT. Probablemente trabajaron en este códice dos copistas en el AT y uno de ellos en el Nuevo.

El texto original del Códice Vaticano ha sido objeto de diversas correcciones.

En 1995 se descubrieron unos puntos dobles situados en los márgenes izquierdos de las columnas. Se discute cuándo fueron colocados y su función.

El códice Sináitico (א)

Denominado Aleph, por la primera letra del alfabeto hebreo Está escrito en vitela. Datado en el siglo IV. Fue descubierto en 1848 por un joven alemán llamado Tischendorf en el convento Santa Catalina del monte Sinaí. Se cree generalmente que fue escrito en Egipto

En 1844, cuando aún Tischendorf no tenía 30 años y era ya catedrático de la Universidad de Leipzig, comenzó un  viaje por el Cercano Oriente en busca de manuscritos bíblicos. Mientras visitaba el monasterio de Santa Catalina en el monte Sinaí, tuvo oportunidad de observar una cesta de basura que contenía algunas hojas de pergamino, la cual iba a ser usada para alimentar el fuego de la estufa.  Al examinarlas, comprobó que se trataba de una copia de la Versión Septuaginta del AT. Tischendorf logró retirar de la cesta no menos de 43 hojas, mientras los monjes casualmente le comentaban que… ¡dos cestas iguales acababan de ser quemadas en la chimenea! Momentos más tarde, cuando le mostraron otras porciones del mismo códice (contenía todo Isaías y el libro cuarto de Macabeos), él advirtió a los monjes que tales cosas eran demasiado valiosas para alimentar el fuego. Con las 43 hojas que se le permitió retener, las cuales contenían porciones del Primer Libro de Crónicas, Jeremías, Nehemías y Esther, hizo una publicación en 1846, nombrando tales documentos como el códice Federico Augustanus.

En 1853, Tischendorf volvió a visitar el monasterio con la esperanza de hallar otras porciones del mismo manuscrito. No obstante, la alegría demostrada con el hallazgo anterior había hecho a los monjes más cautelosos, y no pudo conseguir nada adicional al manuscrito. En el año de 1859, los viajes llevaron a Tischendorf nuevamente al Monte Sinaí, esta vez bajo los auspicios del Zar de Rusia, Alejandro II. El día anterior a su partida, Tischendorf presentó al abad del monasterio una copia de la edición de la Septuaginta que recientemente había publicado en Leipzig. Fue entonces cuando el abad le comentó que él también poseía una copia similar; y acto seguido, sacó de su armario un manuscrito envuelto en una tela roja. Allí, ante los ojos atónitos del erudito, reposaba el tesoro que por tanto tiempo había deseado encontrar. Tratando de controlar sus emociones y aparentando normalidad, Tischendorf solicitó hojear someramente el códice, y luego de retirarse a su aposento, pasó toda la noche en el indescriptible gozo de estudiar el manuscrito, como declara su diario en latín «quippedormire nefas videbatur» Verdaderamente hubiera sido un sacrilegio dormir. Durante esa noche, pudo comprobar que el documento contenía más de lo que hubiera esperado, pues no sólo estaba la mayor parte del AT, sino que el NT se encontraba completo, intacto y en excelente estado de preservación, con la adición de dos trabajos cristianos del siglo II: La Epístola de Bernabé y una extensa porción del Pastor de Hermas, conocido hasta entonces sólo por su título.

La siguiente mañana, Tischendorf trató sin éxito de comprar el manuscrito. Luego, pidió permiso para llevar el documento a El Cairo a fin de estudiarlo, pero tampoco le fue concedido, y tuvo que partir sin él. Más tarde, mientras se encontraba en El Cairo, lugar donde los monjes también tenían un pequeño monasterio, Tischendorf solicitó al superior del mismo, para que éste mandara por el manuscrito. El superior aceptó con la condición de que se intercambiaran mensajeros beduinos, los cuales traerían y devolverían el manuscrito cuaderno por cuaderno (ocho a diez hojas por vez), mientras Tischendorf procedía a copiarlo. Teniendo por copistas a dos alemanes que se encontraban en El Cairo, un farmacéutico y un bibliotecario, que tenían conocimientos del griego, y bajo la cuidadosa supervisión de Tischendorf, éste comenzó su trabajo de transcribir las 110.000 líneas del texto, el cual terminó en un lapso de dos meses. La próxima etapa de negociaciones, envolvió lo que en un eufemismo podríamos llamar «diplomacia eclesial». Para ese tiempo, el cargo de mayor autoridad entre los monjes del Sinaí se hallaba vacante. Tischendorf sugirió que sería muy ventajoso para ellos hacer un apropiado regalo al Zar de Rusia, cuya influencia como protector de la iglesia griega ellos deseaban, y… ¿cuál podría ser mejor regalo que el viejo manuscrito? Después de largas negociaciones, el precioso códice fue entregado a Tischendorf para su publicación en Leipzig y para presentarlo al Zar en nombre de los monjes. La publicación definitiva del códice fue hecha en el siglo XX por la Universidad de Oxford (NT 1911; AT .1922). Luego de la revolución rusa, al no estar interesada la Unión Soviética en la Biblia, y por necesidades económicas, negociaron su venta con los encargados del Museo Británico por 100.000 Libras Esterlinas, cantidad que fue pagada por mitades entre el Gobierno inglés y una suscripción popular, de individuos y congregaciones en Inglaterra y Estados Unidos. Al finalizar el año 1933, el manuscrito fue depositado en el Museo de Londres, donde permanece hasta hoy.

Aunque es un uncial muy antiguo, lamentablemente ha sido, corrompido por las manos eclesiásticas.

El códice Alejandrino (A).

Cirilo Lucar, patriarca de Constantinopla, lo dio como presente a Carlos I de Inglaterra. Se cree que este manuscrito fue escrito en la primera mitad del siglo V. contiene una gran parte el AT e incluye la totalidad del NT. Es el mejor representante del “Textus Receptus”. Además este códice armoniza con la masa de códices cursivos griegos.

Durante los primeros siglos del cristianismo se desató una horrorosa persecución contra los cristianos que duró hasta la llegada de Constantino. En el año 303 el emperador romano Diocleciano decretó la destrucción de todos los libros cristianos. Quien no entregara a las autoridades todos los escritos sagrados era condenado a muerte. Debido a las persecuciones de los primeros siglos, hoy se conservan solamente algunos pocos fragmentos del NT que datan de antes del siglo IV. Satanás se valió de la dificultad que tuvieron que afrontar los cristianos de los primeros siglos y de la gran difusión de la filosofía griega para desorientar y confundir a muchos.

El códice Bezae (D).

Data del siglo VI. Códice bilingüe con los textos griegos y latín de los Evangelios Sinópticos y los Hechos. Teodoro de Beza lo obtuvo a partir del monasterio de San Ireneo en Lyons, y lo presentó a la Universidad de Cambridge en 1581.

Otros códices son:

Códice Ephraemi Rescriptu (C), del siglo V; el Códice E, del siglo VIII, etc.

Los códices que hemos reseñado vienen a ser los más importantes de los que nos han llegado hasta la fecha, y son los que mejor ilustran la transmisión del texto neo testamentario.

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Geycer Paredes

Pastor - Maestro de la Biblia, Coordinador académico de la Universidad Bíblica de las Américas en Perú. Autor de libros relacionados con la hermenéutica e Historia Bíblica. Director académico en el Instituto Bíblico Betania.

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