
Mientras la primera semejanza del canon hebreo se empieza a formar, la lengua hebrea comienza a morir y desaparece completamente para el año 135 a.C. por esta razón Jesús y sus contemporáneos en Palestina hablaban arameo, un idioma derivado del hebreo.
Por el año 605 a.C., el Pueblo de Israel sufrió una dispersión o, como se le conoce bíblicamente, una «diáspora». El rey Nabucodonosor conquistó a Jerusalén y llevó a los israelitas cautivos a Babilonia, comenzando la «Cautividad de Babilónica» (2 Reyes 24,12 y 2 Reyes 25,1).
Pero no todos los israelitas fueron llevado cautivos, un «resto» quedó en Israel: 2 Reyes 25,12; 2 Reyes 25,22; Jeremías 40,11; Ezequiel 33,27. También un número de Israelitas no fueron cautivos a Babilonia sino que fueron a Egipto (2 Reyes 25,26; Jeremías 42,14; Jeremías 43,7).
El rey Ciro de Persia conquistó a Babilonia (2 Crónicas 36,20; 2 Crónicas 36,23) y dio la libertad a los israelitas de regresar a Israel, terminando así su esclavitud. Algunos regresaron a Palestina (Esdras 1,5; 7,28 y Nehemías 2,11) pero otros se fueron a Egipto, estableciéndose, en su mayoría, en la ciudad de Alejandría (fundada por Alejandro Magno en el 322 a.C., contaba con la biblioteca más importante del mundo en esa época). En esta gran ciudad convivían griegos, judíos y egipcios. Se cree que estos judíos que vivían en esta ciudad (Alejandría – Egipto) fueron los que tradujeron las Escrituras hebreas al griego.
Una legendaria narración conocida como carta de Arísteas (escrita hacia el año 125 a.C.) cuenta que el rey de Egipto, Ptolomeo II Filadelfo, gran amante de las letras, envió embajadores a Jerusalén para solicitar una traducción de las Escrituras para su famosa biblioteca privada de Alejandría. A esta delegación fueron enviados seis expertos por cada tribu de Israel, en total 72 (12 * 6 = 72) redondeando quedarían 70, de allí el nombre de Septuaginta o versión de los 70 (abreviada LXX = 70 en números romanos).
Esta traducción viene hacer el principio del error, porque en ella no sólo se tradujeron los 39 libros que conforman el canon hebreo, sino que se añadieron quince (15) libros más que no habían sido escritas bajo inspiración divina. Esta añadidura se hizo en forma paulatina.
Los judíos, que antes de la era cristiana aprobaban la Septuaginta, la rechazaron abiertamente cuando los cristianos la adoptaron como suya. Esto dio como resultado la aparición en el siglo II d.C. de las tres versiones griegas de Aquila, de Teodoción y de Símaco que Orígenes agregó a su obra llamada Hexapla.
Desgraciadamente, la LXX no ha sobrevivido a la acción del tiempo; sólo se conserva la revisión de Orígenes.