El Ciclo del Agua

El ciclo del agua, que incluye los procesos de evaporación, condensación, precipitación (como lluvia) y otros, es un fenómeno natural que ha sido comprendido desde hace mucho tiempo.

Las civilizaciones del antiguo Cercano Oriente tenían una comprensión limitada del ciclo del agua[1]. Los antiguos egipcios, por ejemplo, creían que el dios Nut, la diosa del cielo, era una vaca gigante que sostenía la tierra sobre su espalda. Los antiguos griegos, por su parte, creían que el océano era un gran cuerpo de agua que rodeaba la tierra, y que era el hogar de los dioses y diosas del mar[2].

Anaxágoras, filósofo griego del siglo V a.C., fue uno de los primeros en proponer una teoría sobre el ciclo del agua. Anaxágoras creía que el agua se evaporaba del océano y se condensaba en las nubes, lo que daba lugar a la lluvia. La lluvia caía sobre la tierra y se infiltraba en el suelo, o fluía sobre la superficie, volviendo al océano. Anaxágoras también creía que el agua podía evaporarse de las plantas y los animales[3]. Es importante mencionar que la comprensión del ciclo del agua como lo conocemos hoy, que incluye procesos como la evaporación, la condensación y la precipitación, no se desarrolló hasta mucho después. Por lo tanto, aunque Anaxágoras hizo contribuciones significativas a la filosofía y la ciencia, no hay evidencia de que tuviera un entendimiento del ciclo del agua en la forma en que lo entendemos hoy.

El entendimiento más completo y científico de este proceso se desarrolló a lo largo de los siglos, con contribuciones significativas de científicos de diferentes épocas, es así que, en el contexto de las contribuciones científicas relacionadas con el ciclo del agua, es importante mencionar que Edmé Mariotte y Pierre Perrault realizaron observaciones y experimentos importantes en el siglo XVII, contribuyendo al conocimiento sobre la lluvia y el agua.

Pierre Perrault (1608–1680), fue el primer científico que realizó experimentos y mediciones significativas sobre el ciclo del agua. En 1674, Perrault publicó “De l’origine des fontaines”, donde presentó los resultados de sus mediciones de las precipitaciones en la cuenca alta del Sena y los aforos del río, concluyendo que el volumen de las precipitaciones era seis veces superior a las aportaciones del río, aunque no describió el ciclo del agua de manera completa[4].

Edmé Mariotte (1620–1684) contemporáneo de Perrault, fue un físico y miembro de la Academia de Ciencias de París. Aunque no se le atribuye específicamente el descubrimiento del ciclo del agua, realizó experimentos importantes en un punto distinto de la cuenca del Sena. Mariotte estudió la infiltración profunda del agua y comprobó que el caudal de ciertos manantiales variaba de acuerdo con la oscilación de las precipitaciones, sus trabajos se centraron en la física de los fluidos, incluyendo la lluvia y la evaporación[5].

Edmé Mariotte, demostró que la presión del aire aumenta a medida que la temperatura disminuye. Esto significa que el aire puede contener más vapor de agua a temperaturas más altas. Cuando la temperatura del aire cae, el vapor de agua se condensa en gotas de agua, lo que da lugar a la lluvia[6].

Isaac Newton fue el primero en describir el ciclo del agua en detalle. En su obra «Principios matemáticos de la filosofía natural», publicada en 1687, Isaac Newton describió el ciclo del agua en detalle, utilizando las leyes de la física que había descubierto. Newton demostró que la evaporación del agua de la tierra y los océanos se produce por la acción del calor del sol. El vapor de agua se eleva a la atmósfera, donde se condensa en nubes. Las gotas de lluvia se precipitan de las nubes a la tierra, donde se infiltran en el suelo o fluyen sobre la superficie. El agua que se infiltra en el suelo puede evaporarse de nuevo a la atmósfera, completando el ciclo[7].

Horace-Bénédict de Saussure, un científico suizo del siglo XVIII, realizó contribuciones significativas al estudio del ciclo del agua. Saussure es a menudo llamado el fundador del alpinismo y la meteorología moderna. Realizó numerosos viajes al valle de Chamonix, al pie del Mont Blanc, para recolectar especímenes de plantas y realizar observaciones sobre el calor y el frío, el peso de la atmósfera y la electricidad y el magnetismo.

El ciclo del agua se ha estudiado más a fondo desde entonces. En el siglo XIX, los científicos descubrieron que el ciclo del agua es un proceso global, que involucra todos los océanos, mares, ríos, lagos y glaciares de la Tierra. El descubrimiento de que el agua se mueve constantemente entre la atmósfera y la superficie terrestre fue un avance importante en la comprensión del ciclo hidrológico[8]. También descubrieron que el ciclo del agua es un proceso importante para la vida en la Tierra, ya que proporciona agua para plantas, animales y humanos.

El conocimiento moderno sobre el ciclo del agua ha sido refinado y ampliado a lo largo de los años, con aportaciones de científicos de diferentes disciplinas, como meteorólogos, hidrólogos, y climatólogos. Todo esto es el resultado de la acumulación de conocimientos a lo largo de la historia de la ciencia.

Bueno, hasta aquí mi aporte con respecto a la ciencia y al ciclo del agua; ahora quiero que entienda que en la vastedad de la Biblia, encontramos versículos que, aunque escritos en un contexto teológico y espiritual, pueden evocar reflexiones sobre la maravilla y complejidad de la creación, resonando de alguna manera con conceptos científicos. Es así que encontramos estos versículos:

“El atrae las gotas de las aguas, al transformarse el vapor en lluvia, la cual destilan las nubes, goteando en abundancia sobre los hombres”. Job 36:27-28

Estos versículos describen poéticamente la formación de la lluvia a partir de la evaporación, anticipando en cierta medida el ciclo del agua. Estos versículos ofrecen un terreno fascinante para explorar la intersección entre la espiritualidad y la ciencia, recordándonos la riqueza de perspectivas que se pueden encontrar en el texto sagrado.

El libro de Job es uno de los libros más antiguo de la Biblia, La fecha de escritura del libro de Job es una cuestión de debate entre los eruditos. Las fechas propuestas van desde el siglo XX a.C. hasta el siglo V a.C.

Los eruditos que sostienen una fecha temprana para el libro de Job (siglo XX a.C.) lo basan en el hecho de que el libro no menciona la monarquía israelita, que se estableció en el siglo XI a.C. También señalan que el libro contiene elementos que se encuentran en otras culturas antiguas del Cercano Oriente, lo que sugiere que fue escrito antes de que el judaísmo se desarrollara como una religión distinta.

Los eruditos que sostienen una fecha tardía para el libro de Job (siglo V a.C.) lo basan en el hecho de que el libro contiene elementos que se encuentran en otras partes de la Biblia, que se escribieron en el período del Segundo Templo (siglo VI a.C. al siglo I d.C.). También señalan que el libro contiene una comprensión compleja de Dios, que no se encuentra en otras obras del Antiguo Testamento más antiguas.

La sabiduría de Eliú en analizar el ciclo del agua ha llevado a concluir erróneamente que el Libro de Job debió ser escrito más tarde de lo comúnmente supuesto. “El fenómeno de la condensación (Job 36:27 b) y precipitación (Job 36:28), aunque no entendidos técnicamente, eran ciertamente observables. Pero la evaporación (Job 36:27) no lo es.

Al contemplar estos versículos de la Biblia que parecen alinear conceptos espirituales con descubrimientos científicos, es inevitable preguntarse cómo estas antiguas escrituras pudieron anticipar nociones que la ciencia moderna apenas ha desentrañado. ¿Cómo pudo la Biblia, con su enfoque teológico, contener insinuaciones de fenómenos naturales que solo recientemente hemos comenzado a comprender a través del método científico? Esta interrogante invita a reflexionar sobre la compleja intersección entre fe y conocimiento empírico. Mientras algunos encuentran en estas coincidencias una manifestación de la sabiduría divina trascendente, otros abogan por interpretaciones simbólicas y contextuales. La convergencia entre las enseñanzas bíblicas y los hallazgos científicos plantea interrogantes fascinantes sobre la percepción de la realidad en distintos contextos históricos y culturales. Explorar esta conexión estimula la mente y fomenta un diálogo enriquecedor entre la fe y la ciencia, recordándonos la diversidad de perspectivas que enriquecen nuestro entendimiento del mundo que nos rodea.


[1] Introducción a la Biblia hebrea por John Barton, pág. 62

[2] El agua en la Tierra – Robert W. Christopherson, pág. 10

[3] Idem

[4] El ciclo del agua – David W. Johnson, pág 11

[5] Idem, pág. 12

[6] Introducción a la meteorología de Frank J. Fleagle, pág. 11

[7] El ciclo del agua por David W. Johnson, Pág. 12

[8] Idem

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Geycer Paredes

Pastor - Maestro de la Biblia, Coordinador académico de la Universidad Bíblica de las Américas en Perú. Autor de libros relacionados con la hermenéutica e Historia Bíblica. Director académico en el Instituto Bíblico Betania.

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