¿Cómo llegó a formarse la colección de escritos que componen el NT? ¿Quién coleccionó los documentos y basado sobre qué principios? ¿Qué circunstancia produjo la fijación de una lista, o canon, de los libros autoritativos?
¿Cómo aconteció que la Iglesia recibió esos veintisiete libros y no otros, como para que fuesen dignos de ser colocados en el mismo nivel de inspiración y autoridad que aquellos que integran el canon del AT?
Todas estas interrogantes lo desarrollamos a continuación.
Historia del Canon del NT
Los cristianos del primer siglo circularon documentos que fueron escritos o aprobados por los apóstoles y que contenían una explicación autorizada de los relatos concernientes a la vida y las enseñanzas de Jesús. Estos documentos muchas veces se citaban mutuamente y presentaban el mismo mensaje del evangelio desde perspectivas distintas y en estilos distintos. La actividad literaria de los autores del NT se extiende por un período de unos sesenta años: entre los años 40 a 100 d.C.
Cientos de otros documentos se escribieron y se circularon (1 Tesalonicenses 5:27), pero la Iglesia rechazó rápidamente los documentos ilegítimos y estableció la autoridad de los que eran genuinos. Algunas cartas se perdieron como la carta a Laodicea mencionada en Colosenses 4:16.
El canon más antiguo del NT descubierto hasta ahora se halla en el llamado Fragmento Muratoriano. Este documento data del año 170 y menciona casi todos los libros del NT a excepción de Hebreos, Santiago y 1 y 2 Pedro. |
Para ganar reconocimiento canónico, el libro debía pasar dos pruebas básicas. Primero, debía tener un historial de «aprobación continua y amplia entre los cristianos». Segundo, se esperaba que demostrara que, o bien había sido escrito por un apóstol, o específicamente aprobado por los apóstoles.
En el NT encontramos ya ciertos indicios que parecen demostrar que se atribuía a los escritos de los apóstoles una autoridad divina. En 1 Timoteo 5: 18 tenemos el primer ejemplo de citación de las palabras de Jesús como Escritura sagrada (ver también Deuteronomio 25:4 y Lucas 10:7). La epístola de 2 Pedro 3: 15‑16 atribuye la misma autoridad a las epístolas de Pablo que a los escritos proféticos.
Clemente de Roma mencionó por lo menos ocho libros del NT (95 d.C.). Ignacio de Antioquia reconoció cerca de siete libros (115 d.C.). Policarpo, un discípulo del apóstol Juan, reconoció 22 libros (170-235 d.C.).
Pero había mucha variedad en lo que se creía era inspirado. En algunas ciudades del Medio Oriente rechazaban la carta a los Hebreos, Santiago, 2 Pedro, 2 Juan y 3 Juan. Además, en ese tiempo, había muchos escritos falsos. Muchos creían en la inspiración de la «Didajé» y de «El Pastor» de Hermas. Clemente de Alejandría aceptó como escritura inspirada la «Carta a Bernabé» y «El Pastor» de Hermas. Incluso citó «El Apocalipsis de Pedro» como si fuera Escritura.
Según Orígenes, se discutía Hebreos, Santiago, 2 de Pedro, 2 y 3 de Juan, Judas en el período de 220 a 400. Serapión (obispo de Antioquía, 190 d.C.) Prohibió a su jurisdicción leer el Evangelio de Pedro, sin embargo la gente seguía apreciando este libro.
En Antioquía, en el año 200, se utilizaba el llamado «Evangelio de Pedro» (considerado actualmente uno de los evangelios apócrifos). Enemigos de la Iglesia trataron de sembrar confusión y promover herejías a través de evangelios y epístolas falsas como por ejemplo el «Evangelio de Tomás» (promovido por los gnósticos), el «Evangelio de María Magdalena», cartas de San Pablo no escritas verdaderamente por él.
Hacia fines del tercer siglo, salieron otras listas diferentes por ejemplo de Mileto, Obispo de Sardis. Ireneo, Obispo de Lyon en Adv. Haeres II, no reconoció la carta a Filemón; Tampoco Eusebio, Obispo de Cesarea. En el Oriente, Juan Crisóstomo no dudaba de Segunda de Pedro, Tercera de Juan, Judas y Apocalipsis.
Otra lista antiquísima, también de procedencia romana y datada por el año 170 d.C., es la que conocemos por «el Fragmento Muratori». Lleva este apelativo porque Luis Antonio Muratori la publicó por primera vez en Italia en el año 1740. Desgraciadamente el principio está mutilado, pero debe haberse referido a Mateo y Marcos, porque cita a Lucas y lo menciona como el tercer Evangelio; luego menciona a Juan, Hechos, nueve epístolas paulinas dirigidas a las iglesias y las cuatro individuales (Filemón, Tito, y 1 y 2 Timoteo), Judas, dos epístolas de Juan 2, el Apocalipsis de Juan y Pedro. Menciona El Pastor de Hermas como digno de ser leído (es decir, en la iglesia), pero que no debe ser incluido entre los escritos proféticos o apostólicos.