En los manuscritos Hebreos más tempranos la Biblia estaba dividida en versos, pero los versos no estaban numerados. Cuando los judíos comenzaban a reunirse los sábados en las sinagogas comenzaron a dividir en secciones la Ley y los Profetas, a fin de poder organizar la lectura continuada. Nació así la primera división de la Biblia, en este caso del AT, que sería de tipo «litúrgica» puesto que era empleada en las celebraciones cultuales.
Como los judíos procuraban leer toda la Ley en el transcurso de un año, la dividieron en 54 secciones llamadas «perashiyyot» (divisiones). Estas separaciones estaban señaladas en el margen de los manuscritos, con la letra «p».
Los Profetas no fueron divididos en «perashiyyot», como la Ley, sino que se seleccionaron de ellos 54 trozos, llamados «haftarot» (despedidas), porque con su lectura se cerraba en las funciones litúrgicas la lectura de la Biblia.
Los primeros cristianos comenzaron a reunirse semanalmente para leer los libros sagrados de la Ley, los Profetas y los libros correspondientes al NT. Es por eso que resolvieron dividir también estos rollos en secciones o capítulos para que pudieran ser cómodamente leídos durante los cultos. Nos han llegado hasta nosotros algunos manuscritos antiguos, del siglo V, en donde aparecen estas primeras tentativas de divisiones bíblicas. Y por ellos sabemos, por ejemplo, que en aquella antigua clasificación Mateo tenía 68 capítulos, Marcos 48, Lucas 83 y Juan 18.
Con este fraccionamiento de los textos de la Biblia se había logrado no sólo una mejor organización en la liturgia, y una celebración de la palabra más sistemática, sino que también servía para un estudio mejor de la Sagrada Escritura, ya que facilitaba enormemente el encontrar ciertas secciones, perícopas[1] o frases que normalmente hubieran llevado mucho tiempo hallarlas en el intrincado volumen.
Con el correr de los siglos ya no bastaban estas divisiones litúrgicas, sino que hacía falta otra más precisa, donde se pudiera seguir un esquema o descubrir alguna estructura en cada libro. Además, se imponía una división de todos los libros de la Biblia, y no sólo los que eran leídos en las asambleas litúrgicas.
El mérito de haber emprendido esta división de toda la Biblia en capítulos tal cual la tenemos actualmente correspondió a Esteban Langton, arzobispo de Canterbury (Inglaterra). En 1220, antes de que fuera consagrado como tal, mientras se desempeñaba como profesor de la Sorbona, en París, decidió crear una división en capítulos, más o menos iguales. Su éxito fue tan resonante que la adoptaron todos los doctores de la Universidad de París, con lo que quedó consagrado su valor ante la Iglesia.
Langton realizó su división sobre la Vulgata, que fue luego copiada sobre el texto hebreo, y más tarde a la versión griega llamada de los Setenta. Cuando en 1228 murió Esteban Langton, los libreros de París ya habían divulgado su creación en una nueva versión latina que acababan de editar, llamada «Biblia parisiense», la primera Biblia con capítulos de la historia.
Fue tan grande la aceptación que tuvo la minuciosa obra del futuro arzobispo, que la admitieron inclusive los mismos judíos para su Biblia hebrea. En efecto, en 1525 Jacob ben Jayim publicó una Biblia rabínica en Venecia, que contenía los capítulos de Langton. Desde entonces el texto hebreo ha heredado esta misma clasificación.
Pero esta división en capítulos no fue suficiente, era necesario todavía subdividirlos en partes más pequeñas con numeraciones propias, a fin de ubicar con mayor rapidez y exactitud las frases y palabras deseadas.
[1]Se denomina así a cada uno de los pasajes de la Biblia que han adquirido gran notoriedad por leerse en determinadas ocasiones en el culto.