El Canon del Antiguo Testamento

Ignoramos cuándo fue definitivamente cerrado el canon judío de los Libros Sagrados. Para unos sería en tiempo de Esdras y Nehemías (siglo V a.C.); para otros, en la época de los Macabeos (siglo II a.C.). Lo cierto es que los judíos tenían en el siglo I de nuestra era una colección de libros Sagrados, que consideraban como inspirados por Dios. Bajo esta premisa analizaremos el resto de la historia de la canonización de los libros del AT.

Proceso de Canonización del AT

Los documentos literarios que tenían autoridad en el pueblo de Israel se fueron multiplicando poco a poco. El libro de la ley de Moisés fue guardado al lado del arca del pacto (Deuteronomio 31: 24 – 26), luego Josué, el sucesor de Moisés, adjuntó lo que él había escrito (Josué 24: 26). El profeta Samuel por su parte, consignó el derecho de los reyes en un libro que puso ante el Señor (1 Samuel 10:25). Ezequías, rey, mandó coleccionar las sentencias de Salomón (Proverbios 25:1).

Pero es sobre todo en la época de Josías, rey (640-608 a.C.), cuando se comienza a hacer recurso a la autoridad de un texto escrito, cuyo carácter de código sagrado parece que había sido reconocido oficialmente. Antes del reinado de Josías no consta que la Ley mosaica haya gozado de una autoridad “canónica” universalmente reconocida.

Sin embargo, después que el sumo sacerdote Hilcías encontró en el templo del Señor “el libro de la Ley” (2 Reyes 22; 23; 2 Crónicas 34; 35), las cosas cambiaron radicalmente. No se sabe si el libro encontrado ha de ser identificado con el Pentateuco entero, o más bien con sólo el Deuteronomio. Pero el hecho es que, a partir de este momento, “el libro de la Ley” fue considerado como algo muy sagrado y como la colección de las leyes dadas por Dios a Israel. En los libros de los Reyes encontramos ya las primeras citas explícitas de “la Ley de Moisés” (1 Reyes 2: 3;  2 Reyes 14: 6).

Los profetas Isaías (Isaías 30: 8; 34: 16) y Jeremías (Jeremías 36: 2-4; 27-32) escribieron sus profecías. Y la obra del profeta Jeremías está inspirada indudablemente en el espíritu de la reforma de Josías. Este mismo profeta tiene citaciones de profetas anteriores (Jeremías 26:18; 49:14-16 cf. Miqueas 3: 12; Abdías 1: 4), lo cual parece indicar que ya existían colecciones de profecías.

Después del destierro babilónico tenemos testimonios de escrituras importantes, de los cuales podemos deducir que casi todos los libros protocanónicos estaban ya reunidos en colecciones y eran considerados como canónicos. Los textos bíblicos de esta época nos dan a conocer tres clases de Libros Sagrados: la Ley (Torá), los Profetas (Nebi’im) y los Escritos o Hagiógrafa (Ketubim).

El primer testimonio en este sentido es el del libro de Nehemías (8 – 9). En él se narra que Esdras, sacerdote y escriba, leyó y explicó la Ley de Moisés delante del pueblo. Y, después de escuchar su lectura, el pueblo prometió con juramento observarla, lo cual parece indicar que reconocían autoridad canónica al Pentateuco. 

El primer catálogo cristiano de los libros del AT fue hecho por Melitón, el obispo de Sardis, en el año 170 d.C. Con algunas variantes, este catálogo contenía todos los libros del canon hebreo, con la excepción de Ester. La forma actual que presenta el canon hebreo, con sus 24 libros distribuidos en tres secciones, procede de la Mishná (La transmisión oral de las enseñanzas de judaísmo pos exilio) y data del siglo V d.C. 

El profeta Daniel afirma que “estaba estudiando en los libros el número de los setenta años… que dijo Jehová a Jeremías profeta” (Daniel 9: 2;  Jeremías 25: 11; 29: 10). Esto demuestra con bastante claridad que en aquel tiempo ya existía una colección de Libros Sagrados.

Para el año 132 a.C. se afirmaba que ya existía una triple división de las Escrituras: La Ley, Los profetas y los otros escritos análogos.

En el siglo I de nuestra era se nos da ya claramente el número de los Libros sagrados y su triple división: Ley, Profetas y Hagiógrafos. Sin embargo, en algunos ambientes judíos existían ciertas dudas sobre la canonicidad de Cantares, Proverbios, Ezequiel y Ester. Para unos debían ser excluidos de la colección de los Libros Sagrados y de la lección pública de la sinagoga; para otros tenían la misma autoridad que los demás Libros Santos. Esto supone que ya por aquel entonces habían sido recibidos en el canon del AT.

El NT contiene innumerables citas del AT, aunque no nombra explícitamente los libros. Parece que no se alude a los libros de Rut, Esdras, Nehemías, Ester, Eclesiastés, Cantares, Abdías. Pero es indudable que los autores del NT admitían y usaban los libros canónicos recibidos por los judíos.

Flavio Josefo (38-100 d.C.), en su libro Contra Apión (1: 7-8), compuesto hacia el año 97-98 d.C., escribe que los judíos no tenían millares de libros en desacuerdo y contradicción entre sí, como sucedía entre los griegos, sino sólo veintidós, que eran justamente considerados como divinos y contenían la historia del pasado. Flavio Josefo atribuye la formación del canon al tiempo de Artajerjes I Longímano (465-425 a.C.), es decir, al período en que tuvo lugar la actividad religiosa de Esdras y Nehemías. El texto de Flavio Josefo es de gran importancia, aunque no nos dé los nombres de los libros, lo cual nos indica que en aquel tiempo ya se encontraba cerrado el canon de los judíos. Son bastantes los autores antiguos que atribuyen el canon de 24 libros del AT a Esdras. Por eso se le suele llamar canon esdrino. Esta opinión fue de nuevo resucitada en el siglo XVI por el judío Elías Levita (1549), el cual afirmó que Esdras había sido ayudado en su labor por los “miembros de la Gran Sinagoga”. A Elías Levita siguieron muchos protestantes y católicos, de tal forma que se convirtió en la opinión común hasta nuestros días.

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Geycer Paredes

Pastor - Maestro de la Biblia, Coordinador académico de la Universidad Bíblica de las Américas en Perú. Autor de libros relacionados con la hermenéutica e Historia Bíblica. Director académico en el Instituto Bíblico Betania.

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